Pequeñas y grandes muertes de la historia de la música IV

Víctor Jara (1932 - 1973)
Los que nacímos en las últimas décadas del pasado siglo seguramente conocimos de la figura de este cantautor chileno a través de las batallitas y cintas de cassete de nuestros padres. Mi buen amigo Kulebras, con el que compartí hogar cinco años de mi vida, nos solía contar en las sobremesas de nuestras opíparas cenas universitarias como su madre le cantaba una canción de Jara, cuyo título no recuerdo, antes de irse a la cama, siendo él todavía un cachorrillo. Aunque ni mi familia ni yo hemos sido grandes amantes de la música de Jara, personalmente siempre me incliné más por Paco Ibáñez o Silvio Rodríguez, nunca olvidaré la primera vez que oí de la boca de perrolutxo senior la terrible historia de la muerte de esta víctima del odio, la ignorancia, el fanatismo, la ignominia, la desvergüenza... el fascismo.
El 12 de septiembre de 1973, Víctor Jara fue detenido junto a cientos de profesores y estudiantes de izquierdas en la Universidad Técnica de Santiago de Chile, donde había permanecido durante aquel fatídico 11 de septiembre del golpe militar. Cuando se le condujo, manos en nuca, al próximo Estadio de Chile, hoy Estadio Víctor Jara, el presidente Allende ya había muerto en el Palacio de la Moneda y los militares, apoyados por los Nixon y Kissinger que aquel momento gobernaban Estados Unidos, ya controlaban el país.
Miles de personas fueron salvajemente torturadas y asesinadas durante días en el palacio deportivo de la capital chilena. Víctor Jara, como personaje público fuertemente vinculado al gobierno derrocado y miembro del Partido Comunista, recibió un castigo ejemplar a base de palizas y vejaciones, tanto físicas como psíquicas. Antes de ser acribillado a balazos el 15 de septiembre, los militares tuvieron tiempo para ensañarse con su condición de músico. Mi padre me contó que le cortaron las manos (literalmente) y le invitaron a tocar una guitarra, aunque también se especuló con que le habían arrancado las uñas. La versión "oficial" señala que, en realidad, los militares rompieron los huesos de sus manos. Sea como fuere, el cantautor hizo lo propio y desafiante entonó una de sus muchas canciones revolucionarias, conocedor seguramente de su trágico destino.
Al día siguiente el cuerpo destrozado y sin vida de Víctor Jara fue abandonado en uno de los suburbios del Santiago ensangrentado.
Él fue solo una de las muchas almas que se llevaría la sangrienta y terrible operación Cóndor, puesta en marcha desde Washington. Esta pequeña pero gran muerte de la historia de la música requerida por la actualidad es un pequeño homenaje a los muertos del terror de aquel "otro" 11 de septiembre. A todos aquellos que los señores de negro quisieron relegar al olvido. Los mismos a los que Jara mentaba en el último poema que tuvo la oportunidad de escribir en el estadio que hoy lleva su nombre.
Somos cinco mil aquí.
En esta pequeña parte de la ciudad.
Somos cinco mil.
¿Cuántos somos en total
en las ciudades y en todo el país?
Somos aquí diez mil manos
que siembran y hacen andar las fábricas.
¡Cuánta humanidad
con hambre, frío, pánico, dolor,
presión moral, terror y locura!
Seis de los nuestros se perdieron
en el espacio de las estrellas.
Un muerto, un golpeado como jamás creí
se podría golpear a un ser humano.
Los otros cuatro quisieron quitarse todos los temores,
uno saltando al vacío,
otro golpeándose la cabeza contra el muro,
pero todos con la mirada fija de la muerte.
¡Qué espanto causa el rostro del fascismo!
Llevan a cabo sus planes con precisión artera
sin importarles nada.
La sangre para ellos son medallas.
La matanza es acto de heroísmo.
¿Es éste el mundo que creaste, Dios mío?
¿Para esto tus siete días de asombro y trabajo?
En estas cuatro murallas sólo existe un número que no progresa.
Que lentamente querrá la muerte.
Pero de pronto me golpea la consciencia
y veo esta marea sin latido
y veo el pulso de las máquinas
y los militares mostrando su rostro de matrona lleno de dulzura.
¿Y Méjico, Cuba, y el mundo?
¡Qué griten esta ignominia!
Somos diez mil manos que no producen.
¿Cuántos somos en toda la patria?
La sangre del Compañero Presidente
golpea más fuerte que bombas y metrallas.
Así golpeará nuestro puño nuevamente.
Canto, que mal me sales
cuando tengo que cantar espanto.
Espanto como el que vivo,
como el que muero, espanto.
De verme entre tantos y tantos m
omentos del infinito
en que el silencio y el grito
son las metas de este canto.
Lo que nunca vi,
lo que he sentido y lo que siento
hará brotar el momento....
Con la piel de gallina y otro mordisco más en mi renqueante estómago les dejo con este precioso post que Mycroft ha publicado al hilo de las circunstancias históricas que hoy vivimos y con esta fantástica editorial del boletín oficial del estado.
