!DOCTYPE html PUBLIC "-//W3C//DTD XHTML 1.0 Strict//EN" "http://www.w3.org/TR/xhtml1/DTD/xhtml1-strict.dtd"> inter shitty 2073: Típica historia del freakie adolescente icomprendido

inter shitty 2073

El blog las verdades relativas, las reflexiones estúpidas y las referencias idiotas. Donde las cosas se aprenden desordenadamente.

9.8.05

Típica historia del freakie adolescente icomprendido


Francisco ha tenido una infancia difícil. Ha cumplido catorce años y ya se siente adolescente. Le jode bastante, la verdad, porque ha leído en muchos de sus manuales que esa es una etapa vital bastante jodida y desconsiderada. Francisco es joven, pero muy leído. En las estanterías de su habitación se amontona todo tipo de material didáctico, desde cómics a películas, pasando por fanzines, panfletos punkis desternillantes o libros de esos de segunda mano con letras muy pequeñas y que huelen como a rancio. Francisco, todo sea dicho, es un poco repipi. Pero como es un chaval muy despierto ya se ha dado cuenta y, por eso, procura abrir poco la boca y debatir sus locuras en foro interno. Sus padres, que son un poco capullos, también conscientes y preocupados por el creciente halo de intelectualidad que invade a su vástago, le conminan constantemente a que se una a sus sesiones nocturnas de televisión y subnormalidad. Pero Francisco, que es muy suyo, les rechaza muy amablemente sus invitaciones retirándose a sus aposentos donde lo mismo degusta un sesudo estudio sobre la obra de Kant como que se descojona con el relato de alguna putada que unos nazis, pertinentemente motorizados, gastan a despistados transehuntes.

En el instituto tampoco le entienden. Sus compañeros le llaman abiertamente Pacoño y debaten acerca de su inclinación sexual, amén de otras joyas propias de esa edad mostrenca. Se descojonan de sus pintas de sabihondo, con sus gafas, sus granos pajeros y su feo y negro bigote de prepuber. También, cuando les da por ahí, le amargan un poco más su turbia existencia desplegando toda una serie de putadas totalmente alevosas y crueles. Como aquella vez que le sustrajeron sus calzoncillos, los mearon en corro y le obligaron luego a ponerselos. Al pobre Francisco estas cosas como que le joden bastante y le amargan la vida. El chaval no encuentra el respeto de sus semejantes pese a doblarles en inteligencia y conocimientos. El mundo es cruel, medita. Y se caga en dios cuando vuelve a casa y su madre ha vuelto a preparar acelgas para comer.

Desde que fue consciente del inicio de la adolescencia, uno de los temas que más disturban la cultivada mente de nuestro amigo es el género opuesto. Francisco respeta a la mujer, pero en la intimidad se la pela como un mono. Las pajas, opina, han sido uno de los mejores descubrimientos de su recién estrenada adolescencia. Son gratuitas y gozosas. Pero él está ávido de experiencias reales con chicas de su clase. Hay una que se llama Leticia y le gusta especialmente. Pero para ella, como para el resto de sus compañeras, Francisco es invisible. Además ultimamente se la ha visto de la mano de Gabriel, uno de los repetidores de su clase. Un anormal que de vez en cuando descarga sus frustraciones con quien se están imaginando. A Francisco, las sobradas de Gabriel le hacen menos gracia que las del resto. Se está dando cuenta que le odia con todas sus fuerzas. Y, a veces, se lo imagina empalado, desangrado, siendo devorado vivo por aves carroñeras hijas de puta. Esa imagen en concreto le provoca un placer íntimo solo equiparable al de las pajas o al de un buen libro de Ortega Gasset. Así de aturdido y flipado está nuestro incomprendido amigo.


El bueno de Francisco, que no por ser inteligente deja de ser ingénuo, decide acercarse a su figura paterna para compartir sus penas, en busca de consejo adulto.

- Papá, papá. En el colegio me pegan y me humillan. Me llaman Pacoño y dicen que soy marica. Las chicas no me hacen ni puto caso y yo ya tengo mis necesidades. ¿Qué coño hago, papa? Ayúdame, por favor.
- Hijo. Lo que te pasa a tí es que eres un friqui de esos. Un friqui de los grandes, Paquito. Yo también pegaba a la gente como tú cuando tenía tu edad. Para mí es una desgracia y una vergüenza tener un hijo como tú. Mereces todas las putadas que te hacen y más. Coño. Por repipi de los cojones y por leer. Paquito, hijo, que eso es una mariconada de las grandes. Si ya lo hemos estado comentando tu madre y yo, que nos has debido salir sarasa, como mi primo Julián. Qué desgraciados somos, hijo. Qué desgraciados.

Ante la actitud tan poco didáctica de su progenitor Francisco acude a la cocina donde su madre prepara la cena.

- Mamá, mamá. En el colegio mis compañeros son unos hijos de puta. Igual que papá. Si pudiera le clavaba unas tijeras en el corazón y me quedaba como dios. Mamá. ¿Me escuchas, mamá?
- Sí, hijo, sí. Tú lo que necesitas es un psicólogo, hijo. Lo que pasa es que no lo podemos pagar porque ya hemos encargado una ducha de esas que echan chorros para nuestro baño. Nos saliste un poco rarito, como Julián, el primo de papá. A la familia de tu padre tenías que salir. ¿Qué le vamos a hacer? Ala, vete poniendo la mesa, que hoy he hecho acelgas, que tanto te gustan.

Aquella noche en vez de proseguir la lectura que había dejado pendiente, Francisco decide elucubrar una venganza oportuna. El mundo era injusto y desalmado. Igual que sus catorce años recién cumplidos. Se iban a enterar los muy cabrones. Se sienta en su pupitre, agarra un pilot negro, un taco de folios y se pone a redactar, en su estupenda caligrafía, un burdo manual de autoayuda, de esos de los que tanto se descojonaba y despreciaba en la intimidad de su habitación.

El proceso de gestación de "La vida equilibrada según el doctor Kierostani" le llevó a Francisco unas seis semanas. En dos meses, una importante editorial ya preparaba la primera edición del manual para la vida sencilla y feliz según un inexistete médico oriental. Demetrio, el editor de Francisco, estaba encantado con el chaval. "Tú nos vas a hacer ricos", le repetía al otro lado de la línea telefónica. Mientras tanto, en su existencia cotidiana, el chaval seguía siendo vejado por esa recua de acémilas que son sus compañeros de clase. "Ya os llegará vuestro momento", piensa Francisco maquiavélicamente mientras se limpia las manchas que han dejado los excrementos de perro que sus coleguillas le han estado arrojando en el recreo. "Ya os llegara vuestro momento, hijos de la gran puta". Francisco piensa en sus colegas maniatados corriendo desnudos delante de una manada de hipopótamos ávidos de sangre humana y es un poco más feliz.

Por fin llegan dos buenas noticias. El libro de Francisco es un best seller, tres ediciones agotadas en menos de un mes. El ciudadano occidental medio parece disfrutar con las banalidades pseudospirituales que Francisco ha puesto en boca de un inexistente japo de mierda. Las amas de casa recomiendan el libro a sus amigas. Los nietos se lo regalan a los abuelos y abuelas en cumpleaños y aniversarios. El mundo está lleno de subnormales dispuestos a comprar un libro que les dé consejos sobre como actuar para ser felices y librarse del estrés. Y Francisco ya lo sabía. Ya decíamos que pese a su corta edad y su aspecto de retrasado es un tipo con muchas luces e imaginación.

La segunda noticia es que el mismísimo presidente del gobierno ha escrito una carta a la editorial mostrando su satisfacción tras haber leído el manual de autoayuda. Demetrio y el resto de la editorial están siendo testigos de su mayor éxito en años. Francisco está de enhorabuena, cada vez más exultante interiormente, aunque con su típica expresión de puteado, de cara a la galería. Todo empieza a ir sobre ruedas.

Al día siguiente la concatenación de acontecimientos está servida. Francisco utiliza sus influencias para que se le reconozca como mayor de edad y pueda tener el poder de gestionar la fortuna que está amasando. Se compra una licencia de conducir en la delegación de tráfico de Melilla (donde acude en jet privado) y, de vuelta a casa, se para en un concesionario y se hace con un Porche negro descapotable. Contrata un par de matones y vestido de Armani se dirige al instituto. Con un poco de suerte llegará a clase de educación física.

Al llegar al instituto la gente flipa un poco con el derroche incontrolado del Pacoño. Un porche, armani, dos maromos conduciendo una furgoneta detrás suyo y todo el copón.

- Mira el Pacoño. - Grita un anormal.
- Viene con sus dos novias mariconas. - Espeta otro. Y todos ríen.

Los matones reducen a la cuadrilla de cantamañanas y les pegan una buena somanta.

- Castigadles donde jode, chicos. - Aconseja Francisco, sorprendido por la fina profesionalidad de sus colaboradores.

Después de dejar amordazados y desnudos en un baño del instituto a sus enemigos, echarles una meadita encima y hacerles ingerir unas pastillitas laxantes, Francisco empieza a sentirse mucho mejor. De paso, encierra a su querido Gabriel en el maletero del Porche y sienta a Leticia en el asiento de copiloto. Al pobre Gabriel le espera un reverso cruel del destino. Después de años como víctima Francisco ha desarrollado un peculiar y sofisticado gusto putadil. Gabriel será sodomizado por un jaco semental después de una buena serie de palizas. Francisco está disfrutando como un perro. Más tarde, tal como aprendió en un cómic, tatúa en la espalda de Gabriel, totalmente ido, el logotipo de la ETA y le suelta desnudo en las cercanías de un cuartel de la guardia civil. ¡Qué gag tan bueno! Se está haciendo justicia, piensa Francisco para sus adentros.

Mientras el cabo Jiménez se topa con un energúmeno exhibicionista y proetarra al que habrá que dar un escarmiento, otro viejo conocido de Francisco también tiene un encontronazo con los defensores de la ley y el orden. Un agente encuentra medio kilo de cocaína pura en el maletero del Ford Escort del padre de Francisco. El chaval le había colocado la droga y había dado el chivatazo a los agentes. Menudo hijo de puta sin escrúpulos, estarán ustedes pensando. Así es, amigos. Así es. Cosas de la juventud. La imagen del padre de Francisco agachándose a por el jabón en las sucias y hedientes duchas del maco reconforta a Francisco, que ya piensa cómo terminar de celebrar todo el desparrame de astracanadas que han visto felizmente la luz.

El freak convertido en nazi. El destino, anmigos, a veces es así de caprichoso.

Solo queda una asignatura pendiente: Leticia, francamente indiferente después del correctivo que ha recibido su ahora ex novio.

- ¿Ves este coche? - Brama Francisco. - ¿Ves este fajo de billetes? - Sacando la catera - ¿Lo ves? Soy rico. Puedo comprarlo todo. Hacer lo que me dé la gana, y ¿sabes lo mejor? Paso de tí, puta de mierda. Por no hacerme ni caso. So puta.
- Mira subnormal. - Responde Leticia, que no se deja intimidar ante un capullo como el que tiene delante. - Eres un friqui de mierda y toda tu puta vida serás un friqui de mierda. No pasaría una tarde contigo aunque te pusieras la cara y la polla del Brad Pitt. Así que dile a este par de comepollas que me suelten que tengo que ir al insti a buscar otro repetidor que me chulée.

Francisco cumple las ordenes de Leticia. Antes de desaparecer de la vista del friki de mierda, la joven se da media vuelta y hace un corte de manga mientras grita: "Pacoño, eres un maricón de mierda." Francisco se queda totalmente desolado.

Aquella tarde se la pasa a solas en su nueva mansión sin poder abrir ni uno de los fantásticos libros y cómics que siempre había querido y que, por fin, se había podido comprar. "He sido un gilipollas", piensa. "He traicionado todo lo que creía. Me he lucrado con el tipo de basura que siempre desprecié. Para ajustar las cuentas de mis enemigos me he puesto a su altura. Me he valido de matones. Soy un cobarde. Como el puto nazi malvado de los tebeos. Todo el mundo me sigue odiando. Antes, por lo menos yo me quería. Pero ahora me desprecio. Me he convertido en el tipo de persona que nunca quise ser, que siempre odié".

En un arrebato de culpabilidad, el muy lameluco se lanza desde la azotea de su mansión callendo sobre unas zarzas que amortigua la caída. El muy caramelón no sabe ni suicidarse como dios manda. Se rompe tres costillas y se magulla el cuerpo entero. "Los catorce son una mierda", concluye. Desde alguna parte oye como alguien se descojona de él.

JAjajajajajJAjaAJAJaJAJAjajaja.... ¿No les parece patético, pero a la vez gracioso? JaJaJaJAJasJAJsJaJSJAJaj..... Menudo pringao. Que conste que era yo el que me descojonaba. Pero, a la vez, me daba pena. Ya ven como soy.

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